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miércoles, 30 de marzo de 2016

Primera Proclama de la tertulia del Café Pombo.

Primera Proclama de la tertulia del Café Pombo.

¿Todo está en crisis? No, lo que pasa es que todo es cada vez más torpe, más trabado, más insidioso y más retardatario, lo que pasa es que todo es lo que era más descaradamente, con más cinismo y con más alardes de un declarado empedernimiento. Todo es más atravesado, más híbrido, más promiscuado. Todo está más encallecido, todo es más procaz bajo una etiqueta impasible y los móviles de todo son más serviles, más tendenciosos, más exclusivamente así que nunca. Así el nuevo estado de cosas creado por este vivo embrutecimiento de todo, es un estado comatoso, rígido, con la peor rigidez, una rigidez neutra, pesada, sorda que se ha hecho aceptar de la cobardía y de la cazurrería de todos. Y bajo este espeso, antipático y depravado ambiente que lo sujeta todo, la lucha es una sórdida lucha sin atrevimiento, una lucha de concupiscencias vestidas de una pureza irresistible, descreída, »'íe concupiscencias .vestidas de una política científica y con- • cupiscencias desnudas, flemáticas, desapoderadas y todas ellas conformesen sostener cierta gazmoñería pública que obstaculiza y hace estadiza la actitud de los más, evitando así que surjan Jas luchas francas y nobles, las luchas sanas y desenvueltas orientadas hacia la selección y la armonía, hacia las serenidades que debían ordenarlo todo.
La guerra ha descubierto las más bajas pasiones en todos lados y aquí algo así como el afán de una tiranía brutal, algo como el bajo gusto de golpear y de ser golpeado, como el deseo de una sumisión indigna unido el deseo de una ciega y atropellada turbulencia; la peor bravuconería mezclada al peor miedo, la peor ferocidad mezcladaá la peor lógica. No podremos olvidar este descubrimiento crudo y gravísimo que ha revelado la guerra y ya no podremos ver tan sentimentalmente al hombre ni á la mujer perra ladradora y cobarde, rematadora de los muertos, parcial hasta con ellos en este pueblo neutral. Hemos visto con demasiada claridad que el antropófago vive agazapado en todos, que nadie se ha puesto lejos de unos y de otros, lejos de todos y que en la boca de todos ha habido cierto guluzmeo, cierta afición á la sarracina.
Refiriéndonos más directamente á la vida profesional del espíritu vemos ante todo un público desmoralizado por la guerra y porque hace mucho tiempo ve que las categorías y los valores se imponen gracias al arrivismo perfeccionado y lleno de disimulos, gracias al peor cambalacheo, y lo que es más ruin y más deleznable, obedeciendo cobarde y ambiguamente á la coacción de las visitas. Así este público que sabemos, hace que nos de vergüenza atravesar por entre su muchedumbre una calle concurrida bajo la plena luz, porque todos los rostros dicen una obcecación terrible y obstinada, una obcecación llena de suficiencia, porque á todos se les ve moverse en un aire inmóvil y reducido, sorprendiendo en los bellos rostros de las mujeres un espíritu empastado, más irremovible que nunca, más solidificado. ¡Y no digamos la vergüenza que da oir hablar en una reunión, en un tranvía ó en un tren, porque se oyen cosas irrespirables, tan remotas á nuestra espalda que nos quedamos pasmados, estrangulados y mudo! «Cuantas veces me mezclé entre los hombres volví de ellos á mí mismo más inhumano» dijo Séneca y nunca la frase de Séneca ha .tenido un sentido más rudo porque hoy es más indisculpable eso.
¡Ah, muchedumbre de cara retorcida, de ojos pequeños, —ojos de otro tiempo abrupto y enconado— muchedumbre visoja porque es nativamente vizca su alma! Muchedumbre de hombres engrosada por los hombres y por los viejos de los retratos, de casi todos los retratos sobre todo de los retratos que se encaran con nosotros en los centros oficíales y en los centros literarios; muchedumbre en la que los viejos, estos viejos que son viejos ahora y que provienen de una época ya sin dignidad, ya casi sin revueltas, estos viejos de un tiempo gris y sin redención, son la cosa más repugnante con que nos topamos en la vida, la más repugnante limitación, porque estos viejos son jóvenes más torpes, más irredimibles, más irremediables, en los que la vejez es una precocidad mayor y sus pelos blancos son como un empedernimiento, son como una máscara sentimental con que al final encuentran que pueden disimular su idiotez y su rencor. ¡Oh la vejez nos crispa más« que la juventud, porque es la juventud agravada y echada á perder de un modo extremo cuando debía representar la nobleza suma é indulgente!... ¿Y cómo no sera de peor la vejez de estas otras generaciones que van á envejecer? ¡Oh, no seamos viejos así sin haber «cumplido nuestras insurrecciones» y nuestras pasiones libres!...

Parece que en este gran valle de las Hurdes que es toda España se ha cuajado la sangre y el espíritu, y no corre ningún viento y todo es más ingente y más fiero y una pesadez creada por la complicidad de todos lo ha malogrado todo. La frase de Larra: «Suponte que eres español y no te aflijas» y la frase de Cánovas cuando se redactaba el art. l.° de la Constitución: «Son Españoles... ¡Los que no han podido ser otra cosa!», son dos frases cada vez más formidables y más precisas. En ese público hay á lo más un lujo adverso, un amor á lo antepasado, un amor sombrío, vengativo y angosto, un amór muerto que cultivan para ahogar toda verdad viva, un alarde de afición que mantiene en sus horas vacías el equívoco del espíritu; y así esta gran manifestación en honor de Cervantes que ahora prepara merece que digamos indignados que aquí todo se ha ahogado en «cervantofilismo» y que Cervantes en manos de las gentes ha sido como unatentadohomicidacontra toda palpitación expontánea, renovadora y directa. ¡Oh, densas aguas aburridas y abrumadoras de lo que se ha hablado de Cervantes, aguas de enemistad, aguas impotables y chabacanas, masa anonadadora. en que se han saciado apetitos acerbos de dispersión, de traición, de anulación! Perverso estado de opinión oscurantista, confabulación de la que ha salido un Cervantes suplantado, un Cervantes de cuyo culto son indignos porque modificando la frase de Voltaire «quien no se deleita con Regnard no es digno de admirar á Moliere» podríamos decir: «quien no se deleite con lo nuevo, con lo más incipiente, no es digno de admirar lo antiguo.»


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