¿Todo está en crisis? No, lo que pasa es que todo es cada vez
más torpe, más trabado, más insidioso y más retardatario, lo que pasa es que
todo es lo que era más descaradamente, con más cinismo y con más alardes de un
declarado empedernimiento. Todo es más atravesado, más híbrido, más
promiscuado. Todo está más encallecido, todo es más procaz bajo una etiqueta
impasible y los móviles de todo son más serviles, más tendenciosos, más
exclusivamente así que nunca. Así el nuevo estado de cosas creado por este vivo
embrutecimiento de todo, es un estado comatoso, rígido, con la peor rigidez,
una rigidez neutra, pesada, sorda que se ha hecho aceptar de la cobardía y de
la cazurrería de todos. Y bajo este espeso, antipático y depravado ambiente que
lo sujeta todo, la lucha es una sórdida lucha sin atrevimiento, una lucha de
concupiscencias vestidas de una pureza irresistible, descreída, »'íe
concupiscencias .vestidas de una política científica y con- • cupiscencias
desnudas, flemáticas, desapoderadas y todas ellas conformesen sostener cierta
gazmoñería pública que obstaculiza y hace estadiza la actitud de los más,
evitando así que surjan Jas luchas francas y nobles, las luchas sanas y
desenvueltas orientadas hacia la selección y la armonía, hacia las serenidades
que debían ordenarlo todo.
La guerra ha descubierto las más bajas pasiones en todos
lados y aquí algo así como el afán de una tiranía brutal, algo como el bajo
gusto de golpear y de ser golpeado, como el deseo de una sumisión indigna unido
el deseo de una ciega y atropellada turbulencia; la peor bravuconería mezclada
al peor miedo, la peor ferocidad mezcladaá la peor lógica. No podremos olvidar
este descubrimiento crudo y gravísimo que ha revelado la guerra y ya no
podremos ver tan sentimentalmente al hombre ni á la mujer perra ladradora y
cobarde, rematadora de los muertos, parcial hasta con ellos en este pueblo
neutral. Hemos visto con demasiada claridad que el antropófago vive agazapado
en todos, que nadie se ha puesto lejos de unos y de otros, lejos de todos y que
en la boca de todos ha habido cierto guluzmeo, cierta afición á la sarracina.
Refiriéndonos más directamente á la vida profesional del
espíritu vemos ante todo un público desmoralizado por la guerra y porque hace
mucho tiempo ve que las categorías y los valores se imponen gracias al
arrivismo perfeccionado y lleno de disimulos, gracias al peor cambalacheo, y lo
que es más ruin y más deleznable, obedeciendo cobarde y ambiguamente á la
coacción de las visitas. Así este público que sabemos, hace que nos de
vergüenza atravesar por entre su muchedumbre una calle concurrida bajo la plena
luz, porque todos los rostros dicen una obcecación terrible y obstinada, una
obcecación llena de suficiencia, porque á todos se les ve moverse en un aire
inmóvil y reducido, sorprendiendo en los bellos rostros de las mujeres un
espíritu empastado, más irremovible que nunca, más solidificado. ¡Y no digamos
la vergüenza que da oir hablar en una reunión, en un tranvía ó en un tren,
porque se oyen cosas irrespirables, tan remotas á nuestra espalda que nos
quedamos pasmados, estrangulados y mudo! «Cuantas veces me mezclé entre los
hombres volví de ellos á mí mismo más inhumano» dijo Séneca y nunca la frase de
Séneca ha .tenido un sentido más rudo porque hoy es más indisculpable eso.
¡Ah, muchedumbre de cara retorcida, de ojos pequeños, —ojos
de otro tiempo abrupto y enconado— muchedumbre visoja porque es nativamente
vizca su alma! Muchedumbre de hombres engrosada por los hombres y por los
viejos de los retratos, de casi todos los retratos sobre todo de los retratos
que se encaran con nosotros en los centros oficíales y en los centros
literarios; muchedumbre en la que los viejos, estos viejos que son viejos ahora
y que provienen de una época ya sin dignidad, ya casi sin revueltas, estos
viejos de un tiempo gris y sin redención, son la cosa más repugnante con que
nos topamos en la vida, la más repugnante limitación, porque estos viejos son
jóvenes más torpes, más irredimibles, más irremediables, en los que la vejez es
una precocidad mayor y sus pelos blancos son como un empedernimiento, son como
una máscara sentimental con que al final encuentran que pueden disimular su
idiotez y su rencor. ¡Oh la vejez nos crispa más« que la juventud, porque es la
juventud agravada y echada á perder de un modo extremo cuando debía representar
la nobleza suma é indulgente!... ¿Y cómo no sera de peor la vejez de estas
otras generaciones que van á envejecer? ¡Oh, no seamos viejos así sin haber
«cumplido nuestras insurrecciones» y nuestras pasiones libres!...
Parece que en este gran valle de las Hurdes que es toda
España se ha cuajado la sangre y el espíritu, y no corre ningún viento y todo
es más ingente y más fiero y una pesadez creada por la complicidad de todos lo
ha malogrado todo. La frase de Larra: «Suponte que eres español y no te
aflijas» y la frase de Cánovas cuando se redactaba el art. l.° de la
Constitución: «Son Españoles... ¡Los que no han podido ser otra cosa!», son dos
frases cada vez más formidables y más precisas. En ese público hay á lo más un
lujo adverso, un amor á lo antepasado, un amor sombrío, vengativo y angosto, un
amór muerto que cultivan para ahogar toda verdad viva, un alarde de afición que
mantiene en sus horas vacías el equívoco del espíritu; y así esta gran
manifestación en honor de Cervantes que ahora prepara merece que digamos
indignados que aquí todo se ha ahogado en «cervantofilismo» y que Cervantes en
manos de las gentes ha sido como unatentadohomicidacontra toda palpitación
expontánea, renovadora y directa. ¡Oh, densas aguas aburridas y abrumadoras de
lo que se ha hablado de Cervantes, aguas de enemistad, aguas impotables y
chabacanas, masa anonadadora. en que se han saciado apetitos acerbos de
dispersión, de traición, de anulación! Perverso estado de opinión oscurantista,
confabulación de la que ha salido un Cervantes suplantado, un Cervantes de cuyo
culto son indignos porque modificando la frase de Voltaire «quien no se deleita
con Regnard no es digno de admirar á Moliere» podríamos decir: «quien no se
deleite con lo nuevo, con lo más incipiente, no es digno de admirar lo
antiguo.»
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